Acerca de

¿Qué es el Molinarium?

El Molinarium es un conjunto de herramientas para trastear con el latín. Algunas de estas herramientas son las ayudas que todo estudiante ha echado en falta alguna vez al enfrentarse a un texto en latín (o a un examen). Otras, son divertimentos más o menos disparatados para a conocer mejor la estructura profunda del latín.

Las aplicaciones del Molinarium son herramientas útiles para profes, alumnos y también para curiosos con ganas de descubrir que el latín es una lengua no tan muerta.

Navega por cada aplicación y descubre la teoría lingüística detrás de cada lab...

Declinador

Declinador

¿Qué es declinar?

En español usamos la misma palabra, independientemente de la función sintáctica que tenga la palabra dentro de la oración. Por ejemplo, en La trucha se comió el cebo y Yo me comí la trucha, la palabra trucha no cambia, aun cuando en un caso sea quien come (sujeto) y en el otro la que es comida (Complemento Directo).

Sin embargo, en latín las palabra tienen distintas terminaciones según la función que desempeñen dentro de la oración. Declinar consiste en colocar a una palabras las terminaciones correspondientes a las distintas funciones sintácticas que una palabra puede desempeñar.

¿Cómo funciona el Declinador?

El Declinador admite sustantivos y adjetivos calificativos latinos (no admite pronombres, que siguen una declinación irregular, ni préstamos del griego). Para declinar, hay que introducir la palabra enunciándola, es decir, introduciendo las formas con las que aparecerían recogidas en un diccionario separadas por comas (aquí encontrarás las normas para enunciar cualquier palabra en latín). Si es un adjetivo, es necesario indicarlo marcando la casilla correspondiente.

El Declinador devolverá la palabra declinada, e indicará el número de declinación, el tema y el género. En el caso de los sustantivos, sólo podrá distinguir entre neutro y no neutro, ya que no hay declinaciones específicas para masculinos o femenino, sino para neutros y no neutros (por ejemplo, aunque la gran mayoría de palabras de la 1ª declinación son femeninas, es posible encontrar masculinos, como nauta, nautae, por lo tanto no podemos decir que la 1ª declinación sea femenina, sino que es no neutra, ya que no existen sustantivos neutros de la 1ª declinación).

Silabeador

Silabeador

La forma de dividir en sílabas una palabra está estrechamente relacionada con la manera de pronunciarla. El latín es una lengua muerta y no contamos con registros directos sobre su pronunciación, aunque afortunadamente, sí existen registros indirectos como la poesía que nos ayudan a aventurar cómo se pronunciaba (y por tanto cómo se silabeaba) la lengua latina. No obstante, resulta frecuente encontrar vacilaciones a la hora de silabear una palabra latina, especialmente en cuanto a qué combinaciones de vocales conforman un diptongo y a cuáles forman hiato. De hecho, no es disparatado pensar que existan varios silabeos válidos, ya que es posible que la pronunciación (y por lo tanto el silabeo) cambiasen con el transcurso de los siglos.

El Silabeador del Molinarium nos da una idea de la división silábica de la palabra, aunque, como decimos, es posible que algunos silabeos sean discutibles. Si queréis consultar las reglas que hemos aplicado en el silabeador, podéis consultarlas aquí. Lamentablemente, a falta de grabaciones de nuestros antepasados latinos y a menos que el fantasma de Séneca descienda sobre nosotros, no será posible salir de dudas y la pronunciación del latín seguirá siendo un misterio sin resolver.

Por otro lado, nuestro silabeador de latín sólo reconoce palabras con una estructura propia del latín, así que no está capacitado para silabear palabras extranjeras (de igual manera que un hispanoparlante tendría problemas para silabear una palabra ajena al español como Glühwürmchen). De hecho, en latín hay numerosos préstamos del griego clásico, y estas palabras no siguen las reglas latinas de silabeo, sino que se rigen por las normas de la sílaba griega. Nuestro silabeador de latín es capaz de reconocer algunas estructuras propias del griego y silabearlas correctamente a la manera griega, pero es posible que pase por alto algunos helenismos (y los silabee como si fueran latinos) o que tenga dificultades ante algunas estructuras griegas muy poco usuales en latín y con una forma especialmente anómala.

Azraelum

Azraelum

¿Cómo sabemos en qué idioma está una palabra? ¿Por qué sabemos que molino es español pero Glühwürmchen no? La respuesta más intuitiva es que, como buenos hispanoparlantes, conocemos la palabra molino, y por lo tanto sabemos que pertenece al español. Sin embargo, si la disyuntiva fuera entre resaloma y Glühwürmchen, probablemente pensaríamos que la española es resaloma, aun cuando resaloma es una palabra inventada. Esto significa que somos capaces de al menos aventurar el idioma de una palabra partiendo sólo de su aspecto. Es decir, la forma de la palabra hace que parezca de un idioma, independientemente del signficado que le atribuyamos o incluso de su existencia real. Resaloma tiene una forma que pasa por el española, pero a Glühwürmchen se le nota un aire muy germano. De igual manera, si tuviésemos que adivinar cuál es la palabra latina entre entre resaloma, Glühwürmchen y spōrandum, tenderíamos pensar que la que está en latín es spōrandum. Es decir, hay aspectos formales que nos hacen reconocer el latín, incluso sin conocer la palabra.

A partir de estas premisas nace Azraelum, un programa que detecta si una palabra tiene la estructura propia del latín, o lo que es lo mismo, si tiene pinta de ser latina.

¿Cómo funciona Azraelum?

Azraelum analiza la forma de las palabras introducidas, observando la estructura silábica y la combinación de letras. Por ejemplo, sabemos que el alfabeto latino no tenía W, por lo tanto podemos estar seguros de que una palabra con W no será propia del latín. Por otro lado, mientras que en español no son habituales las palabras empezadas por S líquida (es decir S+consontante, como stop), sí son habituales en latín (scientia). Con toda esta información Azraelum distingue aquellas palabras que tienen una estructura latina de las que no a partir de la forma.

Sin embargo, las lenguas no son entes aislados sino que viven en contacto con otras, y esto produce cambios. El latín no es una excepción, y de hecho muchas palabras del latín son importadas, siendo el griego la principal fuente de préstamos (helenismos). Aunque algunos de estos préstamos pasaban desapercibidos, las palabras de origen griego que llegaban al latín tenían en muchas ocasiones letras o combinaciones de letras anómalas para el latín, como la Y o los grupos RH, TH o PH. Es decir, se les notaba la pinta de forasteras. Esto no quiere decir que philosophus no sea una palabra latina, sino que su forma ligeramente exótica nos indica que esta palabra se incorporó desde el griego. Haciendo un símil con el español, whisky o stop son palabras que hemos importado desde el inglés, pero, por muy integradas que estén, siguen siendo algo extrañas en su forma. De igual manera, Azraelum detectará como extrañas al latín todas las palabras que no sigan la estructura propia del latín, incluyendo los helenismos. Ahora bien, como estos préstamos son numerosos y en realidad conforman una parte fundamental del léxico latino, Azraelum olfatea las palabras marcadas como no latinas en busca de signos que le confirmen si son verdaderamente no latinas o si pueden ser helenismos. Por lo tanto, Azraelum tiene dos funciones: por un lado, detectar las palabras que tienen una estructura formal ajena al latín; por otro lado, de entre las desechadas, rescatar aquellas que tienen rasgos formales propias del griego clásico y que posiblemente son helenismos.

Sílaba tónica

Sílaba tónica

La sílaba tónica en latín no es un asunto baladí. Por ejemplo, la evolución histórica de la palabra desde el latín hasta llegar al castellano depende en buena medida de en qué sílaba recaiga el acento. Por otro lado, el silabeo y la posición de la sílaba tónica tienen un enorme peso en la métrica latina.

Para acentuar correctamente en latín (es decir, para detectar la sílaba tónica) basta con seguir unas reglas muy sencillas:

1. No existen palabras agudas en latín.

2. Las palabras de dos sílabas son siempre llanas.

	
con-sul

3. Cuando la palabra tiene tres sílabas o más, es llana si la penúltima sílaba es larga.

	
Una sílaba es larga si cumple alguna de estas circunstancias:
		
a. contener una vocal larga (ā,ē,ī,ō,ū,...)
			
dis-ci-plī-na
		
b. contener un diptongo
			
a--nus
		
c. tener un final implosivo, es decir, acabado en consonante.
			
ca-pel-la
		
d. la siguiente sílaba empieza por z o x (su pronunciación en latín equivalía a dos consonantes, es decir, es un caso un poco especial de la condición anterior).
			
ad-fi-xi

4. Si la palabra tiene tres sílabas o más y la penúltima sílaba es breve (es decir, si no cumple ninguna de las condiciones anteriores: contiene una vocal breve o tiene un final no implosivo) es esdrújula.

			
a-ni-ma

A partir de estas reglas, es posible acentuar cualquier palabra en latín.

Babilón

Babilón

¿Podemos reconocer el idioma de un texto sólo por su aspecto? No es una idea tan descabellada como parece. De hecho, lo hacemos con gran facilidad. Por ejemplo, dadas dos palabras como retilar y spōrandum, no tendríamos problema en aventurar cuál está en español y cuál en latín, aún cuando ninguna de las dos existe verdaderamente (no aparecen en ningún diccionario ni significan nada). En realidad, en ocasiones nos basta ver la distribución de letras para intuir en qué idioma está una palabra. Con sólo ver que spōrandum empieza con una s seguida de consonante, termina en m y contiene una ō ya podemos estar casi seguros de que español no es, y podríamos sospechar que la palabra es latina. Por otro lado, nos atreveríamos a decir que retilar podría ser español (de hecho casi diríamos que significa volver a tilar, incluso sin saber qué es tilar).

Babilón analiza cada palabra del texto y decide si su estructura obedece las reglas del español, del latín, de ambos o de ninguno. De esta manera, calcula el porcentaje de palabras acertadas para uno y otro idioma y devuelve el idioma que haya obtenido un mejor resultado. De este modo, una frase como Cogito ergo sum será procesada con más éxito por el analizador de latín, mientras que Donde dije digo digo Diego será correctamente reconocida por el analizador de español.

Es posible que algunos textos obedezcan la estructura morfológica tanto del latín como del español y obtengan los mismos porcentajes de éxito. En estos casos Babilón no será capaz de decidir en qué idioma está escrito el texto y concluirá que hay un empate entre los dos idiomas.

Máquina del Tiempo

Máquina del Tiempo

La gran mayoría de las palabras del español provienen del latín. Por ejemplo, la palabra hijo es resultado de la evolución de la palabra latina filìum, y de la misma manera, la palabra frígidum dio lugar a la actual frío.

La evolución de las palabras desde el latín al español no es caprichosa (o no tanto como cabría pensar), de hecho, es posible encontrar patrones formales que se repiten. Estos patrones son las reglas de evolución fonética, y siguiendo estas reglas es posible aventurar las transformaciones que sufrió una palabra en su paso del latín al castellano, o al menos las transformaciones que hubieran sido esperables.

A partir de las reglas de evolución fonética hemos construido la Máquina del Tiempo. La Máquina es un teletransportador de palabras: le damos una palabra en latín, la analiza y, aplicando las reglas que correspondan, la transforma en su equivalente en el español actual. Estas reglas están organizadas en seis bloques cronológicos: latín vulgar (hasta el siglo V d.C), protorromance (s V-VII), romance (VIII-XII), castellano medieval (XIII-XV), castellano moderno (XVI) y español actual (hasta nuestros días). Las reglas no se aplican todas a un tiempo, sino que se suceden en orden cronológico, lo cual nos permite vislumbrar la palabra a medio cocer, es decir, en momentos intermedios de su evolución.

Sin embargo, sabemos que no todas palabras de origen latino provienen de la época del Imperio Romano, sino que algunas se introdujeron mucho más tarde. Para estos casos (o para poder hacer un ejercicio de lingüística-ficción y saber qué habría pasado si la palabra se hubiera incorporado en la Edad Media), la Máquina permite seleccionar en qué época queremos que se introduzca la palabra. De este modo, podemos decidir que ocŭlum se incorpore en la época latina y obtener ojo, o bien introducirla más adelante, por ejemplo en la época medieval, y así llegar a óculo (que, ¡sorpresa!, también existe). Por poner un símil, la Máquina funciona como un túnel de lavado con seis puertas de entrada dispuestas a lo largo del túnel pero con una sola salida al final: si entramos por la primera puerta (época latina), recorreremos todo el túnel (es decir, se aplicarán todas las reglas pertinentes) hasta poder salir; sin embargo, si entramos en cualquiera de las demás puertas, entraremos con el proceso de lavado ya empezado y nos estaremos saltando las reglas del comienzo, por lo tanto el resultado final será ligeramente (o en ocasiones drásticamente) distinto.

La Máquina es un divertimento que permite experimentar con las reglas de evolución del latín al castellano, y aunque funciona muy bien en muchos casos, hay que tener en cuenta varias cosas. Por un lado, los estados intermedios de evolución no se corresponden necesariamente con las grafías que esas palabras tuvieron a lo largo de los siglos. De hecho, la representación gráfica de la palaba nos ha dado más de un quebradero de cabeza: podríamos haber optado por hacer una representación estrictamente fonética, pero eso conllevaba dos problemas: por un lado, a falta de registros sonoros (al parecer, los archivos mp3 no existían por aquel entonces), es imposible saber a ciencia cierta cómo se pronunciaba el castellano medieval; por otro lado, la escritura en alfabeto fonético hacía mucho más críptico el resultado de la Máquina, y queríamos hacer una herramienta útil y accesible. La alternativa era optar por una representación exclusivamente gráfica, pero la grafía no siempre muestra la pronunciación de la palabra y por lo tanto tampoco nos permite aplicar reglas de evolución fonética. Por lo tanto, la representación que muestra la Máquina está a caballo entre la fonética y la gráfica: no muestra fidedignamente la escritura de la época porque en ocasiones hemos dado prioridad a que se entienda cómo se pronunciaba la palabra, pero tampoco está escrita en alfabeto fonético puro, que puede resultar opaco al usuario no especializado. No se muestran tampoco las tildes en la palabra en español. La representación es, por tanto, poco ortodoxa, pero esperamos que sea útil.

Por último, queremos advertir que, si bien son muchas las palabras que funcionan (pulsando el botón ‘Ejemplo’ tienes un buen arsenal de casos), algunos resultados pueden ser sorprendentes. Por un lado, puede ocurrir que la Máquina evolucione más allá de lo que el castellano ha evolucionado. Esto ocurre con los semicultismos, es decir, con aquellas palabras que pertenecían al ámbito culto (académico, religioso) y que evolucionaron sólo parcialmente. Por ejemplo, virgen o ángel evolucionaron, pero no todo lo que cabía esperar, ya que eran palabras del ámbito culto (el eclesiástico) y quedaron fosilizadas en un estado intermedio. En estos casos, la Máquina llegará hasta donde habrían llegado de no haber sido palabras cultas. Con digĭtus y cognātus pasa algo parecido: si bien los equivalentes actuales son dedo y cuñado, la Máquina produce deo y cuñao, que serían las formas fonéticamente esperables (y no están muy alejadas de lo que en realidad pronunciamos).

Por otro lado, también hay palabras que no se atienen a las reglas habituales y que producen resultados absurdos o totalmente agramaticales. Desgraciadamente (o quizá ahí resida el encanto de la lengua), la historia del castellano no es una ciencia exacta y muchas de las evoluciones no se atienen a las reglas generales y resultan impredecibles (quizá porque se vieron influidos por otras palabras, por otras lenguas, etc). La Máquina intentará enfrentarse a estos casos con las reglas habituales y llegará a un resultado grotesco, en ocasiones impronunciable. Os agradeceremos que nos hagáis llegar todos los casos que no funcionen bien para intentar corregirlos si es posible, pero os pedimos disculpas de antemano por las aberraciones que os podáis encontrar.